jueves, 4 de agosto de 2011

Atahualpa Yupanqui recordado en París por Fito Páez

Fito Páez tocó en París por primera vez en marzo de este año. El concierto fue en una sala pequeña con capacidad para unas dos mil personas llamada La Alhambra cerca a la plaza de la República al este de la ciudad. La mayoría de asistentes, como era de esperar, eran jóvenes latinoamericanos. En el escenario sólo había un piano y un micrófono, y así fue durante todo el concierto. Hacia la mitad de un repertorio compuesto por sus clásicos, Páez habló de París. Dijo que era imposible tocar en esta ciudad sin rendir homenaje a quienes pasaron por allí en el pasado componiendo gran música y comenzó a interpretar “Los ejes de mi carreta” de Atahualpa Yupanqui, esa bella canción campesina e indígena que, en mi opinión, fue el mejor momento del concierto.

Se suele decir que en Argentina no quedaron indígenas, que los que sobrevivieron a la conquista fueron exterminados en el siglo XIX bajo políticas que llevarían a la naciente nación al progreso avaladas por la división de los pueblos en bárbaros y civilizados creada en Europa e impulsada por líderes como Facundo Quiroga. Aunque según las estadísticas hoy los indígenas en Argentina representan menos del uno por ciento de la población, siguen existiendo y su importancia en la historia nacional está seguramente subvalorada por cuenta del racismo histórico que continúa en toda América Latina y la vergüenza mal disimulada por la responsabilidad en la destrucción de las culturas americanas.

A comienzos del siglo XX con la llegada masiva de inmigrantes europeos al Río de la Plata, la identidad argentina se desestabilizó por el gran número de nuevos habitantes que no compartían la cultura ni la lengua. Entonces se recurrió a la figura del gaucho para crear un referente común que hiciera posible imaginarse una nación que los incluyera a todos. Por esta misma época, las personas que inspiraron el imaginario gauchesco, los hábiles jinetes campesinos de la Pampa, desaparecían. Y si los recién llegados eran blancos europeos, el gaucho que se extinguía era típicamente mestizo. Con el tiempo los mestizos se harían cada vez más escasos, pero la identidad argentina quedó atada a la mezcla de indio con español, aunque hoy muchos prefieran pensar que se trata de una nación europea en América.

No sé bien qué queda de lo indígena en Argentina. Intuyo que hay mucho por descubrir, pero oyendo a Fito Páez tocar esa canción sentado solo frente al piano con la garganta a punto de rasgarse sentí comprender algo de esa herencia oculta. A los indígenas los españoles los bautizaron por la fuerza con sus nombres, Héctor Roberto Chavero desanduvo el camino colonial y se hizo llamar Atahualpa Yupanqui. En quechua la palabra Yupanqui está relacionada con “decir” o “contar”, pero estas palabras no trasmiten la profundidad del sentido que tienen en las culturas amerindias donde la noción de escritura es otra y la oralidad tiene un rol quizás más importante en la preservación de las tradiciones. Atahualpa a su vez significa “Ave de la fortuna”. Así Atahualpa Yupanqui evoca a un ave que cuenta, un juglar con alas que nació en Argentina y vino a Francia a compartir su música y sus historias. En el concierto Fito Páez recorría sus pasos y cantaba “porque no engraso los ejes / me llaman abandonado / si a mí me gusta que suenen / pa’ que los quiero engrasar” reivindicando la belleza de aquello con lo que otros se fastidian. Los indígenas americanos perdieron una batalla importante en la creación de significado durante la conquista y venían perdiendo la guerra hasta hace poco. Hoy todos estamos entendiendo la belleza de la música que producen esos ejes donde antes sólo oíamos ruido. Fito Páez compartió algo de la herencia del indio Atahualpa Yupanqui en un sitio llamado La Alhambra, que en árabe significa “La roja”, como llamaron a la raza americana. Cuando escucho “Los ejes de mi carreta” sólo puedo pensar en la elegante cara gruesa de Atahualpa Yupanqui con su pelo engominado hacia atrás y la guitarra entre las piernas cantando con el peso grave de la Historia en su voz.

En una sala de conciertos de París con el nombre de la fortaleza roja de los musulmanes en Andalucía, Fito Páez tocó una canción campesina compuesta por un descendiente de las culturas americanas para unos cuantos jóvenes latinoamericanos. Un momento muy especial en un buen concierto.

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